El espectáculo prometía: una obra de títeres en un monasterio semiderruido, con música en directo y una puesta en escena colorida.
Detrás de mi, está sentada una mamá con su retoño en brazos. Va relatando e interpretando, para su pequeño, la mímica del clown, los títeres que van apareciendo... A mi me está irritando. Siento que le resta magia a la función.
El abuelo, un hombre muy sabio, con mucha serenidad pide a su hija que deje de destriparle la obra al niño. Me giro, y sonrío al abuelo con complicidad.
La mamá, algo más comedida tras la recomendación del abuelo, persevera con sus comentarios. Supongo que se afana en "enseñar" a su hijo.
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